domingo, 9 de febrero de 2014

sEMBLANZA DE MI MAMÁ ENRIQUETA DE LAURENTIN



 

Mi Abuela

Mi abuela Enriqueta, a quien sentí como si fuera en realidad mi propia madre, aunque yo sea el hijo de su hija Ligia, nació en la población de Barinitas en el pie de monte andino o mejor dicho entre los andes y el llano; un sabado 14 de noviembre de 1914. Escribo esta breve semblanza biográfica con los retazos de los recuerdos que ella me relataba y con todo el respeto que se merece ese ser que me acompaño durante mis primeros 45 años de vida.

Decir que nació en la propia población de Barinitas no es totalmente cierto sino que nació a las afueras de esta población, en la hacienda Los Panches propiedad de su abuela doña Ricarda Rojas, hija del general Pedro Manuel Rojas, cuyos restos reposan en el panteón nacional. La madre de mi abuela se llamó Cenobia Rojas; hija natural del hacendado del café don Miguel Angulo. Mi abuela también fue hija natural del señor Genaro Peña con Cenobia Rojas.

Por haber nacido cercana al día de la Virgen del Socorro de Valencia, que es el 13 de noviembre y la cual había sido recientemente coronada canónicamente por el Papa Pio X, lo que ocurrió el año de 1910, mi abuela seria nombrada Enriqueta del Socorro Rojas. La señora Hercilia Jiménez, hija del maestro de música de Barinitas don Gregorio Jiménez, fue la madrina de bautizo de mi abuela, ellos eran sus vecinos de patio por en medio en los Panches, Barinitas.

La vida en esos años de inicios del siglo XX era muy primitiva en Venezuela y más en las zonas rurales, eran los inicios del gobierno del general Gómez, la casa en donde vivían era la típica casa campesina de paredes de bahareque techada con hojas de palma y piso de tierra apisonada con agua de Guácimo. Las condiciones de insalubridad eran extremas en el campo de la época y la gente moría por paludismo, fiebre amarilla, tuberculosis y otras enfermedades infecciosas como las parasitosis y el mal de Chagas cuyo vector principal; el Chipo, se cría en los techos de palma de las casas.

Para la época habían médicos que recorrían los campos a lomo de mula o caballo, quienes eran bien recibidos por la gente desasistida de los lugares rurales, estos médicos muchas veces preparaban sus recetas ellos mismos y se la administraban a los paciente, ya que casi no se encontraban boticarios que las hicieran. Entre estos médicos estaba el doctor Cruz Ramón Blanco Buróz que se había venido de Caracas con su familia y se residencio en la ciudad de Barinas.

Mi abuela Enriqueta me refirió que recordaba "así como una cosa lejana" a su abuela Ricarda, cuando en una oportunidad ella la tenía sobre sus rodillas sentada de frente a ella y mi abuela con tan solo uno o dos años estiraba sus manitos para agarrarle "dos pelototas que tenía en el cuello" bajo la garganta. Se trataba de un bocio endémico enfermedad que afecta la glándula tiroides por la falta de yodo en las regiones alejadas del mar, muy común en el pasado hasta que se comenzó a utilizar la sal yodada. Su abuela Ricarda le apartaba las manitos para que no le agarrara el bocio, según me conto ella.

Hacia 1918 cuando mi abuela contaba entre tres y cuatro años de vida, se encontraba jugando con un gatico en las afueras de la casa de su abuela y el pequeño felino le araño la cara mientras ella lo cargaba en sus brazos, al siguiente día la cara le amanece hinchada y la zona del arañazo de un tono amoratado, le hicieron remedios caseros a la niña pero no se curaba, ante el temor de que la niña tan bonita que era se muriera de la infección, fueron a buscar a un doctor que por esos días se encontraba en Barinitas recetando a la gente.

Así que el día que llego el doctor Cruz Blanco en su caballo y examino a la niña, dicen que le dio mucha lastima de ver las condiciones en que vivía, que rayaban en la pobreza extrema, y que dijo; que como esa catirita ojos verdes y tan bonita estaba viviendo así, procediendo hacerle la petición a la abuela Ricarda para que se la entregara y el llevarla hasta Barinas a su casa de familia; para que sea atendida y criada como Dios manda. Su abuela consintió en entregársela pero no sola, tenía que ir con una de sus tías; Rosalía Rojas, no se supo porque no con su madre, tal vez porque ya atendía a otro hijo o esperaba uno que fue el hermano de mi abuela, que no conoció, y que después de grande se fue para Palmarito, en Apure.

Entonces la niña Enriqueta Rojas fue llevada junto a su tía Rosalía hasta la ciudad de Barinas, en 1918, al hogar del doctor Blanco en donde recibiría una atención y educación más civilizada al igual que altos principios religiosos, éticos y morales que supo trasmitir luego a sus descendientes. De su estadía en esa ciudad casi no recuerda mucho sino una casa larga con muchas ventanas que era la casa que fue del marques del Toro y también cuando la gripe española que le untaban un ungüento en sus narices que olía a mentol. En la ciudad de Barinas nació el último de los hijos del doctor Blanco, Rafael Blanco y también fallecería de fiebre amarilla su esposa doña Trina Cartay de Blanco, esto sucedió unos dos años después, motivo por el cual el doctor Blanco decide mudarse de Barinas a otra población más benigna en cuanto a la epidemia de la fiebre amarilla, para lo cual escogió el pueblo de Sabaneta.

La única vez que la niña Enriqueta vio a su padre Genaro Peña fue poco antes de irse con la familia Blanco hasta Sabaneta; cuando Genaro llego una mañana temprano con dos burros, uno para la niña y otro para la tía Rosalía, las llevo de vuelta hasta Barinitas para que vieran a sus familiares y se despidieran de estos ya que no sabían cuando los volvería a ver, cosa que jamás sucedió. Esa fue la última vez que vio a su abuela Ricarda, a su madre Cenobia y a su padre Genaro. Me conto mi abuela que de regreso a Barinas le dio sed y desde el lomo del burro le dijo a su papa Genaro: –Papa tengo sed!, entonces su padre detiene el arreo de burros, toma la hoja de una planta con la que hizo un cucurucho sostenido con dos palitos y baja por un barranco hasta el rio y le lleva el agua a su hija para calmarle la sed, la niña Enriqueta agarra el cucurucho y realiza mucha fuerza al apretarlo, derramando el agua sobre el vestido y el burro. Entonces Genaro Peña, su papa, la regaño diciéndole que aprenda a agarrar, y de nuevo arma el cucurucho de hoja y baja hasta el rio para buscarle el agua a su hija que finalmente tomo calmando su sed.

Para los preparativos del viaje el doctor Cruz Blanco contrato los servicios de una carreta grande de cuatro ruedas cubierta con un encerado de lona gris, similar a las que se ven en las películas del oeste americano, la carreta según recordaba mi abuela era tirada por dos mulas y conducida por un joven muchacho catire al cual le faltaba un diente de los de adelante. Acomodaron sus pertenencias en unas petacas, especies de cajones o cestas cuadradas tejidas con tiras anchas de hojas de palma con sus tapas de lo mismo, principalmente era la ropa lo que llevaban en ellas y los libros y equipos médicos del doctor Blanco.

En la carreta se acomodaron los muchachos Blanco; Cruz, Rafael, Francisco y Blanca, además de la niña Enriqueta y de su tía Rosa a la que ella llama mama Rosa, también el conductor. El doctor Blanco iba en su caballo y en otro caballo iba una muchacha catira llamada Emilia que el doctor Blanco estaba criando y que después vino a ser su esposa, el hijo mayor del doctor, Eduardo Blanco, iba en un burro.

La travesía de Barinas a Sabaneta en la carreta duraría tres días durante los cuales cruzarían los ríos Santo Domingo, el Masparro, la Yuca y el Queipe. Se protegían del sol bajo la lona gris de la carreta que también les servía de dormitorio en la noche, salvo la noche que se quedaron en una casa en el caserío de Barrancas.

Durante la travesía de los muchachos desde la carreta, para no aburrirse, buscaban cualquier motivo para divertirse, uno de los que más recordaba mi abuela era que observaban a Eduardo Blanco que venía en su burro siguiendo a la carreta, este tenía colgados por las patas, a los lados del burro, unos pollos que les servirían de alimento durante el viaje, y cuando Eduardo le daba un cuerazo al burro para que apurara el paso, en vez de pegárselo al burro se los pegaba a los pollos que aleteaban y soltaban un plumero, lo que le causaba mucha gracia a los muchachos que observaban desde la parte de atrás de la carreta, viendo como poco a poco los pollos iban quedando pelados, formando una algarabía con las risas bajo el encerado de lona gris que los protegía de la resolana.

La estadía de los Blanco en Sabaneta duraría pocos meses ya que al doctor Cruz no le gusto el pueblo, la gente en su mayoría eran muy humildes, muy vegueras, con costumbres muy rusticas. La iglesia del pueblo no se sabe por qué motivo el cura la mantenía cerrada, corriendo el rumor de un mal comportamiento de los del pueblo durante la misa y también que por este motivo el cura maldijo el pueblo; al ser el doctor Blanco y su familia muy católicos el hecho de no poder ir a misa haría que le desencantara más el pueblo. Fue en Sabaneta donde mi abuela me conto que mudo su primer diente, contaba que lo tenía flojo y que por esos días paso por el pueblo un dentista itinerante ofreciendo sus servicios de saca muelas, entonces llamaron a la niña Enriqueta y le dijeron que abriera la boca y le enseñara al dentista el diente flojo, cuando la niña se lo señalo, este rápidamente tomo unas tenazas y zúas le arranco el dientico, procediendo enseguida a recetarle buches de agua con sal. Unos meses más tarde llego el doctor Blanco con la noticia de que se mudarían a otro pueblo llamado Santa Rosa, en donde encontró gente de mejor nivel y cultura que los de Sabaneta.

Salieron de Sabaneta un sábado casi al mediodía en la misma disposición en la carreta y se detuvieron en Mijagual a comer y descansar, allí escucho mi abuela que a los mijagualeños les decían monos porque acostumbraban a comer este animal, en ese pueblito el hombre de las bestias descansó durmiendo una siesta, luego siguieron por la tarde y continuaron su viaje pernoctaron en el campo hasta que llegaron al pueblo de Santa Rosa el lunes como a las nueve de la noche bajo una luna clarita. Al llegar a la casa adquirida por el doctor Blanco fueron recibidos por la familia Quintana quienes los esperaron con una lámpara encendida habiéndoles aseado la casa a los recién llegados. Allí la señora Abigail Quintana le pregunto al doctor Blanco que quien era Enriqueta Rojas, entonces se le acerco a mi abuela y la saludo diciéndole que ellos eran parientes suyos ya que eran descendientes directos del general Pedro Manuel Rojas y mi abuela era bisnieta de él.

Al día siguiente de llegar a Santa Rosa el doctor Cruz Blanco llevo a los muchachos a pasear al puente de madera largo que pasaba sobre el rio y que se dirigía al cementerio del pueblo. El pueblo de Santa Rosa, según mi abuela y según lo que escucho del doctor Blanco a quien veía como su padre, era un pueblo con mucha unión, camaradería y compañerismo de gente muy buena, mi abuela siempre recordaba algunas de las familias que allí habitaban, como los Quintana, los Alvaray, los Cairus, los Carmona, los Materan y los Zúñiga. Entre las principales amistades que Enriqueta tenía en Santa Rosa aparte de los hijos del doctor Blanco que eran como sus hermanos, estaban la señora Abigail Quintana su pariente y las hermanas Lola, Trina y Rosita Carmona. Su tía quien no la desamparaba era una mujer blanca, menuda y de ojos azules intensos a quien Enriqueta llamaba mama Rosa y después de la confirmación le decía madrina, ella nunca se casó. Otra de las cosas en que aventajaba el pueblo a Sabaneta era que la iglesia siempre estaba abierta y había misas con regularidad, la familia de los Blanco iba los domingos y mi abuela con ellos, allí recibió el catecismo y realizo la primera comunión. Mi abuela se hizo devota de las ánimas benditas del purgatorio y todos los lunes les encendía una vela a estas. Ella, muy creyente, a veces usaba algunas expresiones religiosas según el caso, como ¡Ave María purísima! ¡Santo Cristo de la Grita! O ¡San Pablo bendito!

Para la época las casas del pueblo de Santa Rosa estaban techadas de palma, excepto dos casas que lo estaban con láminas de zinc, el negocio de un árabe y la de otro comerciante italiano don Gino Paolini con el que mi abuela me solía comparar al verme tomar café en exceso, me decía:-¡Jesús!, te vas aponer como don Gino Paolini que lo que hacía era fumar y tomar café, fumar y tomar café y estaba flaquito!

Entre las muchas vivencias que tuvo mi abuela en el pueblo de Santa Rosa, ella recordaba que a veces se reunían la muchachada en el patio de la casa del Dr. Blanco a jugar el juego del venado, sobre todo en las noches de luna llena que le daba claridad al patio: Para este juego escogían al niño que más corriera, entonces a este le decían: ¡venao, venao! Y el niño contestaba: -¡señor, señor!. Preguntaban:-¿de dónde venís? Contestando el que hacía de venado: -¡del cerro colorado! Repreguntando: -¿y que traes por dentro?. Y el venado decía:-¡el rabo soyao! – ¿y porque? Le decían los demás. –¡de tanto correr! contestaba este. Entonces el resto de los muchachos le decían:-¡eche una carrerita para ver! Y seguidamente el niño que hacía del venado pegaba una carrera por el patio y detrás de él iban los demás para agarrarlo, el que lo lograba agarrar venía a ser ahora el venado, reiniciando el juego.

Otras de las vivencias de mi abuela eran los baños en la orilla del caño que pasaba por Santa Rosa, generalmente los sábados, para eso salían acompañadas de la tía madrina Rosalía y al pie de un árbol que crecía en la orilla del caño y que le daba sombra a ese pedazo donde solían bañarse, formaban su rochela sanamente, siempre vigilantes ante la posibilidad que hiciera su aparición un caimán, como en anteriores ocasiones paso. También la escuela era parte de los retazos de estos recuerdos que mi abuela rememoraba de su infancia, ella estudio hasta tercer grado de primaria, porque en ese tiempo lo importante era aprender a leer, escribir, sacar cuentas y lo demás eran oficios de hogar como mujer que era. Una vez me refirió que recién mudados un día al llegar de la escuela fue hasta la cocina que estaba acabada de pintar con cal, tomo un alambre y realizo unos trazos sobre la pared, entonces la cocinera que atendía al fogón le pregunto:- ¿niña que es eso? Y Enriqueta le respondió.-algo que aprendí en la escuela; se trataba de cuatro números del año 1920. Ella recordaba también una lección que le toco leer delante de los demás condiscípulos pero estaba algo nerviosa y leyendo la palabra "filosófico" hizo énfasis en la "i" o sea, acentuando equivocadamente la palabra, para lo cual le hicieron repetir la lectura, pero como estaba nerviosa siempre la pronunciaba mal. Entonces la maestra le tomo la mano y con una regla le dio tres reglazos en la palma de la mano para que aprendiera a leer bien. Eso basto y sobro para que mi abuela le cogiera fobia a la escuela y no quiso ir más, ya estaba en tercer grado. Las maestras de Enriqueta en Santa Rosa fueron tres; Chiquinquirá de García, Carmen Luisa Heredia y Eva Rojas de Dreyer. Una vez me dijo; "si yo hubiera estudiado y llegado a la universidad, hubiera estudiado botánica porque me gustan mucho las plantas". Sus plantas favoritas eran las violetas, las orquídeas y los helechos, además de las plantas medicinales como el llantén, la albahaca y la ruda, etc.

Cuando a la casa llevaban un tipo de maíz llamado maíz chimirito los muchachos solían ir hasta donde la cocinera y le decían que ellos querían comer "flores de chimirito" entonces la cocinera agarraba un caldero lo untaba con manteca de cochino echaba el maíz chimirito y al este empezar a explotar salían las flores blancas de chimirito, que hoy en día nosotros conocemos como palomitas de maíz o cotufas. Entonces cada quien agarraba su media totuma llena de las flores de chimirito y le ponían sal, disfrutando la ingesta de esta golosina como una diversión más.

En el llano nunca faltan los cuentos sobre espantos y aparecidos, sobre todo las mujeres del servicio traían muchos cuentos a la casa sobre leyendas que circulaban como el Salvaje, el Viejo amo del monte, el Profeta Elías, el Silbón o Sinfín y muchas otras, en las noches que tocaban el tema mi abuela me contaba que al irse a dormir a su cuarto se tapaba la cabeza con la cobija sin importar el calor que hiciera, menos mal que a su lado siempre estaba mama Rosa quien dormía en una cama al lado de la de ella. Entonces se ponía a rezar y en eso se dormía, pero si por casualidad pasaba un ave nocturna emitiendo su canto particular como el carrao, entonces casi no dormía porque su grito sonaba como Gaspar! Gaspar! Gaspar!...el nombre de un hombre infiel que acuchillo a su mujer y la dejo morir en el monte mientras ella le gritaba repetidamente llamándole por su nombre que era Gaspar.

Al igual que los cuentos de ultratumba también existen las supersticiones en el llano y el curanderismo, recordaba mi abuela el caso de un niño llamado Juan de Mata a quien le salió una seca en la ingle derecha y la cocinera que también era curiosa o curandera le dijo al niño que colocara el pie descalzo sobre uno de los ladrillos del piso, entonces esta tomo una porción de cenizas del fogón y se lo esparció sobre el pie del niño de modo que quedo dibujada la silueta del pie en el suelo. Luego de mandarle a retirar el pie, la cocinera toma un machete y con la punta de este comienza a golpear la huella en el piso por unas siete veces mientras dice ¡sécate seca! siete veces, golpeando al piso con cada exclamación dejando marcada la punta del machete sobre el ladrillo, de manera extraña al día siguiente al niño se le desaparece la seca. Mi abuela aprendió una oración para curar una herida o quebradura, la cual se debía recitar mientras se cose menudamente un pedazo de tela roja, y dice así; San Idelfonso cayó, la Virgen lo recogió; unió hueso con hueso, tendón con tendón, carne con carne y piel con piel; y "fulano" (aquí se dice el nombre de la persona) sanó; después se reza un Padre nuestro y tres Ave María. Y otra, que era por si una persona se metía mucho con uno, se le recita; San Marcos de León tú que amansaste a la Draga y al Dragón, amánsale el corazón a "fulano" (aquí se dice el nombre), y se reza un Padre nuestro y un Ave María.

A veces por esos pueblos del llano se aparecía algún circo o grupo de saltimbanquis que se apostaban en la plaza del pueblo, una vez llego uno a Santa Rosa y de la casa de los Blanco salieron con sillas hasta la plaza para ver el humilde espectáculo de unos maromeros y payasos que divertirían a grandes y pequeños. Recuerda mi abuela a unos payasos que la hicieron reír mucho cuando niña y aun recordaba las frases que dijeron por allá en los años 20. Había un payaso que se rascaba el cuerpo y a la vez decía: "Sarnícola omnipotente, madre de la comezón; déjame rascarme un rato, que me sabe a papelón" mientras se saboreaba la boca y cerraba los ojos del placer. Y otro mientras representaban un acto con otro payaso: "Arpa vieja y sin clavija, armadura de cucaracha; quien va a besar a una vieja, habiendo tanta muchacha". A cada expresión de estas la gente soltaba la carcajada. Y otro que para decir que tenía ganas de comer, decía "metencia bajo la nariz" señalando con los dedos de una mano su propia boca. Otra; ¡Ay del ay, si se habrá ido o estará ahí, si se habrá comido lo poquito que hay!

Cuando mi abuela dejo la escuela se dedicó a los oficios de la casa junto a las otras mujeres del servicio y su tía madrina, solo ayudaba no era una obligación pero con conciencia sabía que tenía que colaborar en el sostenimiento de la casa. Llego a observar el proceso de preparación de la lejía para su posterior uso en la fabricación del jabón, el cual era más o menos así; se tomaba la ceniza del fogón y se acumulaba en un caldero con el fondo agujereado como un colador, se compactaba y se le echaba agua caliente entonces lo que drenaba por abajo era la lejía, la más fuerte se obtenía de la ceniza de las tusas, en otro caldero calentaban manteca de cochino hasta que se derretía entonces le agregaban la lejía mientras la mezclaban con una paleta, posteriormente en la noche derramaban el compuesto en un cajón de madera y en la mañana ya solidificada cortaban la masa y sacaban las panelas de jabón para el uso de la casa, la persona que realizaba este trabajo no se podía bañar en tres días por miedo a un pasmo. Con once años de edad mi abuela empezó a fumar cigarrillos. Ella ayudaba en la cocina aprendiendo a cocinar, en la limpieza de la casa, en el riego de las plantas y en atender a los animales en el solar, principalmente cuidar de las gallinas, lo que más le gustaba era atender el cuidado de las plantas y de los animales. Pero también aprendió a coser y a tejer con una aguja. Su tía Rosalía le había enseñado una oración que era de su abuela Ricarda, que la rezaban en Barinitas cuando una gallina estaba echada poniendo huevos, la cual decía: "En el nombre de Dios y la Virgen, mi Padre Salvador; que me salgan todas hembras y un gallito cantador" y así como esas, varias oraciones que sabía mi abuela pero que se olvidaron para siempre al partir ella de este mundo.

Otro de los recuerdos de su infancia eran los de un personaje curioso, los que siempre abundan en los pueblos, aunque este no era precisamente de Santa Rosa pero su fama hacia que todos los del pueblo hablaran de el ya que este personaje vivía en las afueras del pueblo en un sitio llamado El Vegón o Los Vegones de Santa Rosa. El señor se llamaba Pedrito García y era muy camandulero o rezandero y en la época de Semana Santa ponía en el medio de la sala de su casa una mesa cubierta con una tela blanca, entonces colocaba en las cuatro orillas de la mesa una serie de velas encendidas, entonces él se subía a la mesa y se colocaba de pie en medio de las velas e invitaba a los vecinos, todos vegueros de los alrededores para que acudieran a rezar el rosario que el dirigía vestido de blanco sobre ese altar dispuesto; como si él fuera un santo. Igualmente hacia lo mismo durante las fiestas de Santa Rosa de Lima la patrona del pueblo. También pudo observar a otros personajes, como un viejo que siempre pasaba frente a la casa de los Blanco vistiendo un garrací, prenda de vestir usada por los llaneros antiguos y que consistía en un pantalón que era un poco ancho en la bota y con una abertura en "v" de donde se desprenden dos tiras de tela para poder halar el ruedo hacia arriba y amarrarlo sobre la rodilla sin necesidad de arremangarse el mismo. Igualmente llego a observar la preparación de las cabañuelas a principios de enero, para esto tomaban una tabla con doce divisiones y colocaban un grano grueso de sal en cada una de las divisiones que representaban cada mes del año que comenzaba y después la colocaban en el sereno entonces a la mañana siguiente veían cual grano de sal amanecía humedecido y ese era el mes que llovería más en el año. También escuchaba las historias de personajes históricos como las de Zamora y de su bisabuelo Pedro Manuel a quienes consideraban unos bandoleros, por eso no le gustaba hablar de ellos, y otro personaje contemporáneo que vivió en Sabaneta para entonces y era un alzado contra el gobierno de Gómez a quien le decían Maisanta.

Con la gente del pueblo y las mujeres del servicio mi abuela aprendió muchos dichos, refranes y expresiones de su cultura llanera, algunos un poco graciosos y otros más bien algo vulgares, aunque ella no era mal hablada ni acostumbraba decir groserías. Una expresión de asombro era; ¡muesca¡ o ¡guá!, un adjetivo acusativo; "Turupial",para algo que era igual o parecido; "el mismo son pero más pajueliao", para un desencanto con una persona; "no siento la patada sino el burro que me la dio" Una sospecha de algún conocido; " yo conozco el sebo de mi ganado," cuando alguien exige algo sin dar nada a cambio; "a cuenta de peo´e burro," cuando algo sale mal; "a cagá poquita pero aguá", otra para lo mismo; "por ponerla María Ramos la pusimos y la cagamos", si alguno estaba con diarrea; "estas como el chicuaco, come y caga, come y caga" cuando un hombre resuelve un problema que una mujer no pudo; " ¡Dios y hombre¡", si alguien estaba muy sucedido con mala suerte; "pa´tras, pa´tras como la guinea"y el dicho muy verdadero de; " los viejos se mueren de las tres C: catarro, caída o cagazón". Una vez me dijo "cuando yo me muera le quedan todos mis dichos llaneros."

Una de las habitaciones de la casa en Santa Rosa era un laboratorio del doctor Cruz Blanco, en donde él solía preparan algunas medicinas, habían morteros de distintos tamaños, frascos con sustancias de varios colores, mecheros para calentar los preparados, una especie de prensa de hierro para hacer pastillas etc., etc. Me conto mi abuela que como cosa de muchachos siempre curioseando, se metió un día al laboratorio y le llamo la atención un frasco grande de color ámbar con un líquido adentro, destapo el frasco y acerco la nariz para oler, el olor era penetrante y con sensación de frio pero era agradable, en eso escucho que la llamaron para que atendiera una visita y le llevara un vaso con agua al invitado, inmediatamente tapo el frasco y salió, pero lo que recuerda era que la tenían sentada en una silla regañándola y ella no recordaba que paso; según le dijeron fue a llevarle el agua al visitante y se la derramo en los pies. El frasco contenía una solución de Cloroformo un líquido anestésico usado en esa época, por eso era que andaba como una sonámbula cuando le toco atender la visita del doctor Blanco, según le dijo su tía Rosalía.

Cuando mi abuela cumplió los 15 años comenzó a recibir la visita de un joven pretendiente llamado Cipriano Heredia de buena familia ganadera, pero esto origino que la hija del doctor Blanco, que era prácticamente hermana de crianza de mi abuela Enriqueta se tornara celosa y "allí fue cuando Blanca comenzó a cambiar conmigo", dijo. Claro, según los patrones sociales de la época Blanca era la hija del doctor y Enriqueta era solo una arrimada, así que la que debía ser pretendida por el joven era ella; la hija del doctor. Así que comenzó la guerra, Blanca junto a algunas de las mujeres del servicio se ocupaban de negarle a Enriqueta cuando el joven se presentaba a visitarla, otras veces le hacían desplantes o maldades a ella, como una vez que Blanca llamo desde el cuarto a Enriqueta y cuando esta acudió , Blanca que se balanceaba sentada desde un chinchorro dentro del cuarto, apenas entro mi abuela la agarro con las piernas y la lanzo en contra de un escaparate y mi abuela se levantó asustada y corrió a su cuarto a llorar pero su tía madrina Rosalía le dijo que no llorara y que no dijera nada, porque Blanca era la hija del doctor. Así que en esa guerra de sentimientos el joven Cipriano Heredia, tal vez pensando en que era mi abuela la que no quería verlo, se alejó y no volvió a visitar la casa de los Blanco.

Ante su anterior frustración amorosa y el cambio que tuvo su hermana de crianza con ella, los deseos de mi abuela eran irse de esa casa, ¿pero para dónde?, de su familia solo tenía a su tía madrina Rosa, lo que eran los Rojas estos muy pobres habían quedado en Barinitas y nunca más supo de ellos. Hasta que un día, cuando ya contaba dieciséis años, la llamo el doctor Blanco para presentarle a un amigo contemporáneo de él y telegrafista llamado Luis Laurentin, quien le conto que él ya la había visto cuando niña hace años cuando era el telegrafista del pueblo de Libertad de Barinas, luego de varias y breves visitas él habla con Enriqueta para pedir su mano y con sus representantes el doctor Cruz Blanco y su tía Rosalía Rojas; quienes dan su aprobación para el compromiso; aunque el telegrafista le llevaba treinta años en edad, en esa época parece que ese detalle no era preocupación. Era el año 1930, cuantas cosas no pasaron desde que ella escribió sobre la pared de la cocina el año 1920. A mi futuro abuelo Luis Laurentin lo traslada el gobierno de Gómez, como telegrafista que era, para el pueblo de Chivacoa, en Yaracuy. Así antes de partir arregla los papeles para el matrimonio por el civil el cual se realiza por poder en Santa Rosa un 10 de febrero de 1930.

Me contaba mi abuela que su ahora esposo, y mi futuro abuelo, contrato a un chofer llamado Manuel Ramos que vivía en Libertad de Barinas y poseía un automóvil largo y de color beige con una lona negra, que usaba para hacer viajes hacia el centro. Me refirió también que la mañana en que partiría para su destino al lado de su esposo fue y dio una última visita al patio de la casa; fue a mirar a los animales y las plantas que ella diariamente cuidaba y fue hasta unas dos matas de higo que había sembrado y que ya estaban de una altura moderada como de medio metro, mientras pensaba que tanto que le gustaban los higos a ella y no iba a poder comer de sus propias plantas. Mientras pensaba, escuchaba a unos pájaros cantando en los árboles, eran unos arrendajos, "cada vez que yo escucho un arrendajo me da sentimiento porque me recuerdo el día que me fui de Santa Rosa", me decía.

Cuando llego el carro del señor Ramos monto un baúl de madera con sus pertenencias y luego se subió ella, su tía Rosalía y una muchacha cocinera llamada Lucia amiga de ella, quienes también llevaron su equipaje. En Santa Rosa dejo dos grandes amigas Abigail Quintana y a Rosita Carmona. Llegaron ya en la tarde del 18 de marzo a Chivacoa donde los esperaba mi abuelo, quien "formo un escándalo por el gentío que se había venido y él tendría que alimentar", refiriéndose a la muchacha Lucia y a la tía Rosalía, por esta causa Lucia se devolvió con el señor Ramos para Santa Rosa. Al día siguiente, un 19 de marzo de 1930, se efectuó el matrimonio eclesiástico en Chivacoa. Después se enteraría que su esposo tenía cinco muchachos de su último matrimonio. "Si yo hubiera sabido que Laurentin tenía esa chorrera de muchachos yo no me casaba." Mi abuela no volvería más a su linda Barinas ni supo más de su familia, ahora le tocaba a ella formar la suya como Dios manda.

Fin del Principio

 

 

 

 


 

Foto de la época 1930.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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