Corría el año de
1948, contaba para esa fecha solamente trece años y recién había culminado, en la Escuela Romero
García del pueblo de San Joaquín, Estado Carabobo, los primeros seis años de la
primaria, a esas alturas las personas mayores y las personas mas aventajadas,
todavía comentaban la conflagración mundial que azotó y asoló el mundo entero, iniciándose
esta tragedia, el 5 de Septiembre de 1939, cuando las tropas Nazis invadieron a
la Republica
de Polonia, era el génesis de la destrucción de Europa, para el año de 1941, un
siete de diciembre se sucede el artero ataque de la aviación japonesa en contra
de la Flota Naval
Norteamericana, con resultados nunca imaginables; en esa época, año 1948,
estaba ya entrando a la adolescencia, la infancia había quedado solo en el
recuerdo, de esa inmoral conflagración, solo en mi memoria, quedaba lo que mis
padres comentaban, particularmente, las dos bombas atómicas, lanzadas sobre
Nagasaki e Hiroshima, ciudades industriales de Japón; y en cuanto al acontecer
nacional, la llamada Revolución de Octubre el 18 de ese mes, amparado por un
golpe militar en contra del General Isaías Medina Angarita, Presidente
Constitucional de la
Republica de Venezuela; eran los tópicos que siempre las
personas adultas tomaban como temas de conversación, en cualquier sitio
conformaban un ágora para expresar sus opiniones, unas a favor, otras en contra,
de lo que alguien exponía; en esa edad de la vida, de todo ser humano, no
existe preocupación alguna por obtener un mejor futuro que el presente en el
que se vive, nunca se pasa por la mente que los años van pasando y algún día la
infancia, la adolescencia, la juventud, son etapas transitorias, las cuales
cada una tiene su momento y cada una es diferenta a las otras, algunas veces se
atribuye a estos momentos de la etapa que se está viviendo, algún acto de
irresponsabilidad, pero donde está mas marcada, es, en la dos primeras,
infancia y adolescencia, en la primera, soñamos con ser, como cualquier protagonista
en las historias y cuentos de ficción, Superman, el Llanero solitario y otros
que ocupan nuestra ficción, e invaden nuestra mente y personalidad, al llegar a
la adolescencia, esos personajes de ficción quedaron solo en el recuerdo,
surgen otras expectativas, Cupido hace acto de presencia por vez primera, se
siente la atracción hacia el sexo opuesto, nos esmeramos en nuestra
presentación personal, no hay evento que trastoque nuestra tranquilidad, y así
poco a poco, llegamos a la madurez, cuando nos damos cuenta de que tenemos que
prepararnos para un futuro sea cierto o incierto y así surge la inquietud por
llegar a ser alguien en la vida.
Bien, todo lo comentado anteriormente, fue
parte de mi vida, quemé etapas y logre mis sueños, a pesar de estar viviendo en
un pueblo sin progreso y atrasado, como dicen los abuelos, abrí los ojos, y
logré prepararme en liceos e institutos públicos y al fin hice mi ingreso a la
carrera militar, la cual me dio mi estabilidad, social, económica, ya de
profesional de las armas (la aérea) me hice un profesional universitario, y
repito, abrí los ojos y logré mis sueños.
Comenté anteriormente que a la edad de
trece años ya había culminado la Escuela Primaria , en el pueblo atrasado, donde
vivía y estaba creciendo, no existía para esas lejanas fechas un Liceo o una
Institución donde pudiera continuar la secundaria y que me permitiera ingresar
a la universidad, en éste receso de dos años de vacaciones, disfrute, como se
dice, de lo lindo de la vida, sin ningún tipo de responsabilidad, recuerdo como
si fuera ayer, un día cualquiera llegue a mi casa y la encontré llena de varias
señoras, bastante mayor, al comienzo me asuste porque creía que algo malo había
sucedido, nada sucedía, era que planificaban una peregrinación a la ciudad de
Guanare a el Santuario de la Virgen de Coromoto, se ultimaron los detalles del
viaje y un día lunes salimos de Valencia a las 04:00 horas rumbo a la ciudad
antes mencionada, en el camino tuvimos un accidente que por poco perdemos la
vida, ya que el autobús en el cual viajaba, rodó por un barranco de unos doce
metros de profundidad, gracias a Dios no hubo victimas, solo susto y aporreos,
salimos con mucha suerte porque el mencionado accidente era para que nadie
quedara vivo. Muy pequeño tenia una
haya, llamada Concha, quien todo me lo toleraba, cada vez que salía de
vacaciones escolares, nos íbamos a Maracay, específicamente a las Delicias,
donde había un río que llevaba el mismo nombre del lugar en el cual pasaría mis
vacaciones, cuando tenía que regresar a mi casa al culminar esos bellos días,
lloraba como si me hubiesen golpeado, aunque si me golpeaban el corazón cuando
vivía la realidad del regreso; referente a mi familia, mi hermana mayor de
nombre Ligia, era mi única compañera de juego, recuerdo que en esos juegos, una
vez jugando de las actividades que se suceden en la iglesia, inventamos jugar
de que yo era el cura, y ella una niña que iba hacer la primera comunión, la
orienté como íbamos hacerlo, le dije cuando toque el tercer sonido con esta
escardilla que es la campana de la iglesia, tu te esperas un momento, luego
haces la entrada, para darte la ostia, resulta ser que ella se adelantó y se
presentó antes del tercer toque, como buen cura, esto me enfureció y no me
quedó mas nada que hacer, porque con la escardilla que servía de campana, se la
pegue por la cabeza, para que entendiera, salió llorando y ahí si salí
perdiendo, porque mi mamá, me castigó con unos correazos y de paso me sentó
como dos horas en una poltrona de la sala; mi progenitor era el telegrafista
del pueblo, necesitando una persona que le repartiera los telegramas, me propuso
y me nombraron el repartidor de telegramas de la comunidad, una tarde, mi padre
me informó que había enviado una correspondencia a Caracas, para que me
asignaran una bicicleta, de tal forma, pudiera desenvolverme mejor en el
reparto de las correspondencias, a decir verdad, conociendo a mi padre, que era
medio cobero, no se lo creí, decía para mis adentros, “…mi papá cree que yo soy pendejo, no le creo, ni que me rece el padre
nuestro al revés…” nunca le pregunté
por la bicicleta, ya que estaba convencido era una coba piadosa, un día
cualquiera, cuando empezaba mis labores como repartidor de telegrama a las seis
de la mañana, cuya primera responsabilidad era barrer la oficina y ordenar algo
que estuviese desordenado, noté que se estacionó al frente de la casa un
vehiculo y se bajó el conductor, preguntando por el Jefe del Telégrafo, le dije
que se esperara un momento, que ya se lo llamaba, llamé a mi papá, y el salió
atender a la persona, cual no sería mi sorpresa y alegría, cuando del vehiculo,
bajó una bicicleta marca Rudge completamente nueva, asignada al repartidor del
telégrafo, que era yo mismo, una vez que se me permitió usar la bicicleta, como
dicen los llaneros, agarre sabana, y no hubo sitio al que no visitara, el
reparto de telegrama lo hacía con gusto, por el solo hecho de tener la mejor
bicicleta del pueblo y andar en ella todo el tiempo, es de suponer, que el
servicio de reparto mejoró enormemente, pero no sucedió como se esperaba, los
deméritos sumados por mi irresponsabilidad, desmejoró el servicio de reparto,
al extremo que por estar todo el tiempo pedaleando la bicicleta, fueron muchos
los telegramas que nunca llegaron a su destino, en esas aventuras como
repartidor de telegramas, hice contacto con un señor de apellido Bustamante,
cuyo trabajo era de celador durante el día, del Campo Santo del pueblo,
recuerdo que le pregunté “…señor
Bustamante ¿…a Ud. Nunca le ha salido muertos o los ha visto? Me contestó, no
catire nunca me han salido, pero si he visto un viejo en cuclillas debajo de esa
mata de amapola, pero cuando me acerco desaparece, le pregunté ¿podría quedarme una noche aquí
en el cementerio y de paso se lo cuido? Me dijo si, por que no”, ese mismo
día como a las siete de la noche, me fui con mi perro y mi bicicleta hasta el
cementerio, me interné en el y busque una tumba bastante vieja de los años
1800, y allí me senté, con mi perro al lado, cayó la noche y sentí que el
momento mas lúgubre es a partir de las doce hasta las dos de la mañana, hora en
la que me venció el sueño, no había podido dormir, por el gran miedo que
sentía, pero al fin no pasó ni sentí absolutamente nada, mi perro de nombre
Soliman, durmió toda la noche, me desperté como a las seis, esperé al viejo
Bustamante y estuvimos hablando por un rato, y le conté de mi odisea, un gran
susto si me dio cuando iba llegando a mi casa y note a dos policías y al
Comandante de ese cuerpo, hablando con mi papá y mamá, me vieron y le dijeron, ahí viene el
desaparecido, lo demás deben imaginárselo de lo que me sucedió; una tarde, le llevé un telegrama a un señor
muy respetable del pueblo, y de paso me daba propina, al llegar a su casa, me
salió una niña de mi misma edad, con unos ojos azules, que me cautivaron,
Cupido se apoderó inmediatamente de mi espíritu le pregunté el nombre y me dijo
“…Mi nombre es Pilar Ojeda, ¿y tu? Le
dije el mío…” en lo que estaba hablando con ella, salió un vejestorio que
era su tía, y le dijo, “…métase para
adentro, ¿Qué le he dicho?...”, se despidió de mi con una dulce y tierna
mirada, ambos fuimos flechado por Cupido, y solo la veía los domingos, cuando
iba a misa con la tía que era el vejestorio antes mencionado, solo nos comunicábamos
por cartitas de amor, que se las llevaba un gran amigo mío, que tenía acceso a
esa casa y de vuelta me traía la que ella me enviaba; existía en el pueblo, un
río bastante caudaloso, y en mi bicicleta, no pasaba un día que no me fuera a
bañar al mencionado cauce de agua, llamado el Ereigue, ese río es un testigo
mudo de muchos telegramas que se ahogaron en el fondo de sus pozos; un buen día
fui a llevarle un telegrama a un dueño de una de las haciendas que rodean al
pueblo, cuando le entregue el telegrama, me dio senda propina, lo cual me
sirvió para que me abriera el apetito, del dinero, hubo muchas personas que me
daban propinas, así como había otras que ni las gracias me daban, así que esas
personas de mi parte, no recibieron mas nunca un telegrama, ya que los que eran
dirigidos a ellos, dormían el sueño del olvido, en los bolsillos de mis
pantalones, de igual forma aproveche para saborear un nuevo oficio, no porque
estaba necesitado, sino por puras tremenduras de adolescente, el ordeñar vacas
y montar a caballos, me impresionaban y agradaban las tonadas de los
ordeñadores, la facilidad que tenían para improvisar, muchas veces traté de
imitarlos y no me salía nada parecido, las vacas tenían sus nombres propios y
recuerdo que la primera vaca, con la que aprendí a ordeñar tenía por nombre, Reflejo, se caracterizaba por ser un
animal muy manso y no tenía cuernos o cachos como los llamábamos, como mencioné
anteriormente, los ordeñadores, para apaciguar al animal, le enrejaban el
ternero después que se había amamantado, en la pata delantera de la vaca, y
para que no estuviese inquieta le cantaban una tonada improvisada, por ejemplo. “…La brisa de la mañana, evocan mis sentimientos, tranquila mi vaca
bella, que tu eres mi sustento… Ponte…Ponte vaquita, Cuando ya termine aquí, te
iras sola y tu ternero, a disfrutar tu sabana, como tu nombre… Reflejo.
Reflejo…Reflejo…Ponte…mi vaquita…mi vaquiiita…” era algo, que yo quería
imitar, pero la Musa Euterpe , no
colaboraba conmigo, porque no me salía ninguna entonación ni inspiración para
aquietar a la vaca que en ese momento ordeñaba, eran improvisaciones de los
vaqueros, cuya tonada en la oscuridad de la madrugada, algunas frías otras
calurosas, eran como un canto, no al animal, sino a la soledad, al ambiente que se respiraba, en espera de los
primeros anuncios de los pájaros madrugadores, de que el amanecer estaba
llegando, en tiempo de lluvias, la paraulata, con su canto alegre, llamando,
avisando o presagiando lluvias, mas el canto del ordeñador, conformaban una melodía
que solo pertenecía al entorno pastoril, ambientes que hay que vivirlos y disfrutarlos en toda su amplitud, de muchacho
me levantaba todos los días a las dos de la mañana, para irme a una hacienda
cerca del pueblo, llamada la
Hacienda del Carmen, una vez que llegaba a la casa de los
vaqueros, me ensillaba un caballo y me iba a recoger las vacas para el ordeño,
algunas veces, un muchacho de nombre Pablo, se dirigía a mi persona y me
comunicaba lo siguiente. “…catire, ahí
tengo seis vaquitas para que me las ordeñes y el fin de semana cuando cobre nos
arreglamos…” yo ni corto ni perezoso, aceptaba el ofrecimiento, eran mas o
menos tres o cuatro bolívares que me estaba ganando por ordeñarle las vacas;
cuando llegaba al potrero, donde estaban las vacas, ya estaban en la puerta del
mismo, esperando le abrieran el farso, para dirigirse a los establos donde se encontrarían
con su ternero o becerro, y luego a la faena del ordeño, los instrumentos o
accesorios de ésta faena, era un balde o tovo y un rejo de unos dos metros para
amarrar el becerro a la pata de la vaca; en cuanto a la monta de caballos,
confieso que inicialmente me montaba en ellos cuando se encontraban amarrados,
pero una vez que estaban suelto no lo hacía porque me daba miedo, resulta ser
que en una oportunidad, el encargado de la hacienda, se dirigió a mi y me dijo “…mira
catire, ensilla ese caballo y se lo llevas a Don Luis a la bodega, que lo
requiere con urgencia…¿Quién yo? Fue mi pregunta de asombro, si tu, ¿y quien
mas, pues? Fue su repuesta…” procedí a ensillarlo y le comunique al
encargado de la hacienda que ya estaba listo, entonces me dijo llévaselo ahorita mismo, empecé a
caminar delante del caballo, halandolo por las riendas, que de paso era para
coleo, y sumamente brioso, en ese momento me vio el encargado, y me dijo, móntate y se
lo llevas a la bodega, le dije es
que me da miedo montarme, luego me dijo, o te lo llevas montado, o no vuelves mas a
la hacienda, para mi, no permitirme hacer acto de presencia en ese
paradisiaco lugar, era como una sentencia de muerte, ya que era mi sitio
predilecto y de una total recreación, ¿que me quedó?, proceder a montarlo, pero
con el corazón que se me salía por la boca, por el miedo que llevaba, inicié la
caminata con el caballo y en un descuido, mi gran amigo Marcelino Rodríguez,
que así se llamaba el encargado de la hacienda, agarró un rejo y me le dio un
rejazo al caballo, el cual inició una carrera, que me daba la impresión iba en
un avión, si recuerdo que mis oídos sonaban como turbinas de la velocidad que
traía el caballo, en todo el trayecto nunca disminuyó la velocidad de carrera, siendo un callejón de unos dos kilómetros
aproximadamente, con empalizada y matas de pata de ratón de lado y lado, que
conducía a la bodega, cuyo recorrido los cubrió como un verdadero jet; había
mencionado anteriormente, de mi irresponsabilidad dentro del cargo, como
repartidor de telegramas, bien, aquí se pudo manifestar lo señalado como acto
de irresponsabilidad, ¿por que? Cuando
llegué al sitio donde amarraría mi cabalgadura, mas atrás y a lo lejos, venía
mi amigo Marcelino, recogiéndome los telegramas que en la veloz carrera del jet
iba dejando a lo largo de todo el callejón, como no tenía idea de cuantos
telegramas traía en el bolsillo, presumo que algunos se quedaron durmiendo en
los mogotes o monte del potrero circundante hacerles compañía a los grillos y otros
insectos, con ésta aventura, me había graduado como jinete, a partir de ese
momento, habiendo sentido la libertad sobre el lomo de un corcel, no sentí mas
miedo de montarme sobre cualquier rocín; recuerdo los caballos con su nombre
propio, que existían en la hacienda, empezando la lista, el caballo que me
espantó el miedo, un caballo rucio, extremadamente brioso, pero manso, correlón
al extremo, su nombre “mira quien viene” había otro del mismo tenor del
mencionado, era un caballo también rucio y lo llamaban “el pateador” se espantaba
y fueron muchos los jinetes que se los quitó de encima, un caballo blanco, muy
bonito, algo flojo, pero impredecible en su carácter, un día amanecía tranquilo
otro amanecía como una fiera, que no permitía que ni siquiera se le acercaran y
tenían que mantenerlo ensillado hasta por quince días, solo así se calmaba, su
nombre era “Palomo,” en ese lote de caballos, solo había una yegua cuyo nombre
era “Barbarita” color castaño, muy
briosa, tenía debajo del ojo derecho una fístula, que nunca se le curaba, había
que untarle una pomada llamada rapisana, para evitar las moscas y otros
insectos que le agravaran mas la dolencia, un gran amigo, ya desaparecido, de
nombre Castor Sevilla, corría una tarde con la yegua detrás de una novilla, que
se había salido del rebaño, la yegua, metió la pata en un agujero dio una
vuelta de cabeza y se desnucó, muriendo en el acto, un caballo negro bastante
alto, llamado “Lucero” por tener en la frente un lunar blanco, bonito caballo, era
mi predilecto, ya que era brioso y cuando lo halamos hacia atrás con las
riendas, se paraba de mano, emulábamos al zorro en su corcel rayo, había un
caballo careto, su nombre “Piel de lapa” con un color raro, castaño, tirando a
marrón, manso al extremo e igual de flojo, por mas que se hacía para que
corriera, o al menos iniciara un trote, no lo lográbamos, un caballito de
regular estatura llamado “El Caraqueñito” ya viejo pero todavía poseía su vigor
de cuando potro, muchas veces adornó las calles del pueblo en las fiestas
patronales, haciendo gala de nobleza y buena rienda, en la manga de coleo, que
era la calle Sucre de la comunidad, luego fueron apareciendo, otros mas jóvenes
para suplantar a los viejo caballos que habían trabajado por muchos años.
Como mencioné anteriormente, el estar en
la hacienda del Carmen, era para mi estar en el paraíso, pero desgraciadamente
como siempre sucede, todo lo bueno pasa rápido y solo quedan las añoranzas,
tres incomodidades me sucedieron cuando mi fanatismo en las labores de pastoreo
llegaban al máximo nivel de disfrute, el primero, en mis labores pastoriles,
mas por vagancias que por necesidad, no me daba cuenta que me estaba
sumergiendo en un mundo que no era el mío, sucedió, que en una semana santa,
precisamente el Jueves Santo, fui seleccionado por el Cura del pueblo, para ser
apóstol en el lavatorio de los pies, resulta ser que por andar descalzo en la
hacienda, agarré lo que llaman niguas, es un gusanito que se introduce dentro
de la piel, y se reproducen muy rápido, mi mamá muy diligentemente, empezó, a
sacármelas una por una, serian unas diez, y me curó con yodo y mercurocromo,
que era una sustancia roja y desinfectante, en el momento de la lavada de los
pies, en el sitio en el cual estábamos los apóstoles, al llegar donde estaba
esperando mi turno, el cura, cuyo apellido era Macaya, me vio los pies manchado
con el remedio aplicado por mi mamá, y procedió a preguntarme delante todo el
los presentes, “…¿Y tu, como que tienes
niguas? Le conteste afirmativamente, entonces me dijo, no te voy a lavar los
pies, porque Cristo nunca tuvo apóstoles con niguas…” me dio mucha vergüenza la actitud y la
imprudencia del cura, pero lo que mas me molestaba, eran los sayones que
estaban a mi lado que empezaron a burlarse de mi persona; con éste mismo cura,
me sucedió lo siguiente, en una misa dominical, me atreví a irme a el altar a
recibir la comunión sin haberla hecho formalmente, al llegar al sitio donde el
cura daba la comunión a través de la ostia, me arrodillé y al llegar donde
estaba, “…me dijo tu no puedes comulgar
hasta que no hagas la primera comunión, así que anda a sentarte…” para que
el resto de los feligreses, no se dieran cuenta , me fui con las manos
agarradas a la altura del pecho, cabizbajo, y me arrodillé, no a rezar, sino a
pensar y desearle lo peor al cura, otra, con el tiempo cumplí formalmente con
el sagrado deber de la primera comunión, un día el pueblo amaneció lleno de
seminaristas, que andaban catequizando incautos para que ingresaran al
seminario, y a la vez, estaban haciendo una pasantía en la casa parroquial del
pueblo, mi mamá unilateralmente, se puso de acuerdo con el cura, que tenía cara
de sayón, que representaba a los seminaristas, procediendo a inscribirme en el
seminario, cuando me lo comunicó, creyó que lo iba aceptar indiferentemente,
ahí me le revelé y le dije: “…entonces
me voy de la casa, porque a mi no me
gusta estar rezando todo el tiempo, además, yo le tengo rabia a los curas…”
ella me rogó pero no accedí a sus ruegos, el cura también me pinto muchos
pajaritos en cinta y le dije “…lo último que yo haría en mi vida sería,
ser cura…” y hasta ahí llegó la manía de mi mamá en que yo fuera cura; otro
día llegué a mi casa, después de haber cumplido con mis deberes de repartidor y
haberle dado rienda suelta a mi mundo de ilusiones, estaba todo lleno de bosta
de ganado porque había estado curando aftosa a un grupo de becerros, las botas
todas llenas de barro y bosta, antes de entrar a mi casa, me quite las botas y
las lance por el zaguán de la entrada, las mismas cayeron en la sala de la
casa, en el medio de mi papa, mi mama y un pretendiente que tenia mi hermana,
cuando llegue al lugar donde estaba la visita y mis familiares, ocho ojos se
fijaron en mi con ganas de desaparecerme de este mundo, pero lo bueno vino
después que se fue el pretendiente de mi hermana; otro día, me conseguí con uno de mis hermanos
mayores, graduado de médico en la
Universidad Central de Venezuela, quien había sido nombrado Jefe de la
Unidad Sanitaria del Estado Yaracuy, al llegar a mi hogar mis padres me informaron
que Pancho, como le decíamos por cariño, quería que me fuera con el para San
Felipe, a fin de empezar a estudiar el bachillerato, como era un adolescente,
con solo quince años no cumplidos, no podía decir que no, lo acepté a regaña
dientes, o sea que me iba a separar del sitio que me daba grandes
satisfacciones y sueños que jamás se realizarían, sin
conocer y sin haber estudiado nunca el Poema del “…Mio Cid…”, después entendí
porque Rodrigo Díaz de Vivar, en el momento de la separación de su querida,
dijo que esa separación era como cuando se separan las uñas de los dedos, muy
dolorosa.
Un día cualquiera de la semana, mi mamá me
llamó y me dijo, “…para que lo sepas,
mañana te vas para San Felipe, sales en el autobús de la ARC a las nueve de la mañana,
ya hablamos con Don Pablo Rojas que es el chofer del vehiculo, Pancho, te va
estar esperando en el terminal, no tienes porque preocuparte…” como en
efecto, al día siguiente, bien temprano, por supuesto con lagrimas en los ojos,
iba rumbo a Valencia, para embarcarme en el autobús que salía hacia
Barquisimeto, y cuya parada obligatoria era San Felipe, salimos a las nueve de
la mañana como estaba previsto, atravesamos una carretera de puras curvas, al
termino de una hora y media estábamos en una pequeña población llamada Taborda,
allí nos detuvimos para que cada quien se desayunara o comiera lo que le
provocara, yo no me baje del autobús por miedo a que por descuido no me diera
cuenta que continuaba el viaje y podía quedarme en ese sitio, se justificaba
era la primera vez que salía del pueblo, o sea era como decimos, un muchacho
capocho y pueblerino al extremo, en otras palabras, un misil en el pueblo y un velocípedo fuera
de sus fronteras; continuamos el viaje, por una carretera sin pavimentación
completamente de tierra, al extremo peligrosa, porque si delante del autobús
iba otro vehiculo, era tanto la polvareda que levantaba, que no había forma de
adelantar tal vehiculo, tenía que esperar se detuviera, muchos accidentes
fatales se sucedieron por no tener la paciencia en esperar el mejor momento
para adelantar, y al lanzarse a la aventura de querer adelantar un vehiculo, se
encontraban de frente con el que venía del lado contrario, por lo tanto había
que esperar, a fin de no engrosar las paginas rojas; el trayecto de la
población de Taborda era de unos ochenta kilómetros, pero debido a lo angosto
de la carretera, las sartanejas en la zona de rodamiento, dicho trecho se cubría
en unas tres o cuatro horas, a esto se sumaba una epidemia de aftosa en casi todo
el territorio nacional, que obligaba a que la Guardia Nacional ,
en un sitio llamado Alpargató bajar a todas las personas y una vez desocupado
el autobús, lo desinfectaban con un liquido verde amarillento, de un olor muy
penetrante, luego lo pasaban por unas bateas en el piso llenas de otro liquido,
ésta operación dependía su tiempo, de los vehículos que estaban de primero,
unas dos horas, una vez cubierta la operación se abordó de nuevo el vehiculo y continuamos nuestro
viaje, al cabo de una hora llegamos a la Ciudad de San Felipe, allí estaba mi hermano
esperando, cuando me vio empezó a reírse y no sabía porque, lo que pasó fue que
mi mamá, me hizo vestir con un traje azul marino y una tremenda corbata, que no
recuerdo su color, y era tanta la tierra en el trayecto de Taborda a San
Felipe, que llegue no con un traje azul, sino con uno de color sepia, marrón
veteado, en realidad era cómica mi presencia, me recogió y nos fuimos a la
casa; al frente, vivía un muchacho que estaba considerado como el mejor estudiante
del “…Liceo Arístides Rojas…”, donde
iba a iniciar mi bachillerato, su nombre Juan López, y se iba para Barquisimeto
a cursar el quinto año de bachillerato en Física y Matemáticas, mi hermano lo
llamó y me lo presentó, el nuevo amigo, me invitó a que fuéramos a la plaza
Bolívar, para que conociera otros amigos, de allí nos fuimos, conocí a varios y
estuvimos hablando por un rato bastante largo, éste encuentro con nuevos
personajes me sirvió para darme cuenta, cuanto de roce me faltaba, que no todo
era caballos, bicicletas, ríos y otras diversiones, ya que trataban temas, que
para mi eran completamente desconocidos, hablaban de dictadura, presos
políticos, garantías constitucionales y yo como dicen, como pajarito en grama,
veía para un lado y hacia otro, ni siquiera sabía que el Presidente de la Republica era el “…Tte. Coronel Carlos Delgado Chalbaud…”,
año 1951, o sea que ese fue mi bautizo de fuego social y conocimiento en la
ciudad de San Felipe.
Era tan montuno, que al día siguiente durante
el almuerzo, mi hermano me comunicó, que en la noche, después de la cena, íbamos
a ir al Country Club, donde iba la crema y nata de la sociedad sanfelipeña, el
propósito para que conociera unas muchachas que querían conocerme, para mi fue
una tortura, ya que no estaba acostumbrado a ese ambiente tan refinado, y desde
que me lo dijo, no dejaba de sentir un frío en todo el estomago, llegó la hora
de ir al club, entramos a aquel sitio refinado, diferente a los establos y
potreros a los cuales estaba acostumbrado, recuerdo un salón bastante grande
con unas lámparas inmensas y todos los presentes saludaron al Doctor, que era
mi hermano, de paso preguntaban quien diablos era yo, me presentaron varias
personas, pero por nada del mundo les veía la cara, la pena, la vergüenza y
todas esas cosas negativas del hombre capocho, estaban acabando lentamente con
mi vida, y no hallaba como deslastrarme de ellas, recuerdo que nos acercamos a
un grupo de muchachas y me las presentaron una por una, en lo que mi hermano se
retiro del grupo también lo hice, pero el me dijo, “…¿para adonde vas? No señor…tu te quedas aquí, con las muchachas…”,
mas tortura todavía, me senté con ellas y empezaron a confesarme, preguntas
tontas, como: “…¿como te llamas?, ¿tienes
novia?, ¿que edad tienes?, ¿te gusta San Felipe?...” A todas les di la
repuesta que creía conveniente, sin dejar de torcerme los dedos y ver al suelo,
y así una batería de preguntas que no me las esperaba, en una de esas, empezó
un conjunto a tocar en vivo, y una de ella de nombre Celina, me dijo, “…te llamas
Juan Enrique, ¿verdad? vamos a bailar…” a lo que le dije por lo avergonzado
que estaba, “…no, no puedo bailar,
porque tengo un tobillo dislocado…”, y me aceptaron la escusa, pero creo
por lo que me dijo mi hermano, fue que se dieron cuenta de lo antisocial que
era, para mi, fue una tortura, pero no dejó de agradarme el ambiente.
En los primeros quince días de Septiembre,
mi hermano Pancho, me inscribió en el Liceo para iniciar mis estudio de
bachillerato, fue el 16 de ese mismo mes que me inicié en las aulas del liceo,
estaba todo perdido, no entendía porque en cada hora de clase aparecía un nuevo
profesor, después me di cuenta que era por la especialidad de cada uno de ellos
y las asignaturas que impartían, recuerdo muy bien, después de cincuenta y
nueve años mis profesores del primer año, el de Historia universal era una
bella mujer de nombre Carmen de Ramírez, había relevado al Profesor José
Antonio Ledezma, apresado por la Seguridad Nacional, por ser ficha del Partido
Comunista, el de Matemáticas, inicialmente por un Profesor cuyo nombre no
recuerdo, pero se que le decían el Picture, por la forma que tenía la nariz,
éste fue relevado por otro profesor de nombre Rafael Ángel Carvallo, venía de
la Academia Militar, el de Biología, Miguel Ángel Pajuelo Bravos, de
nacionalidad peruana, el de Ingles era un icono en el liceo, por ser mas antiguo
y su forma tan peculiar de impartir la materia, su nombre Rafael Ángel Estrella
(a) the teacher, el profesor de Frances el Dr. Miguel Ángel Granadillo, el de
Castellano y literatura, profesor Joaquín Estrada y el de Educación Artística,
Manuel Meléndez, así seguimos con ese staff de profesores hasta el segundo año
donde la profesora Carmen de Ramírez, se quedó impartiendo la asignatura en
primer año y en segundo año, tuvimos a la Profesora Olga Loreto, posteriormente
se casó con el Profesor Pajuelo Bravos, todo siguió su rumbo normal, en tercer
año la profesora de Química era una dama la cual nunca le fui simpático, su
nombre María Lila Escalona, muy buena profesora pero antipática al extremo, de
paso era la Sub Directora del liceo.
Volviendo atrás, cuando llegué a San
Felipe, lo primero que hizo mi hermano, fue inscribirme en una escuelita de
boxeo que administraba un chofer de taxi, cuyo remoquete era zaperoco, extremadamente
ordinario al extremo soez y boca sucia, siempre tenía unos versos referentes a
sexo, el mismo era paciente de mi hermano, la razón de esa inscripción era
porque en el pueblo había muchos sayones busca pleito y gallitos de pelea,
solamente una vez tuve que poner en practica mis conocimientos de los narices
chata, con un muchacho grandotote de apellido Veroes, que por su tamaño, quiso
apabullarme una mañana, cuando compraba unas empanadas, puse muy bien mis conocimientos
boxeriles, y mas nunca se metió conmigo, posteriormente hicimos muy buena
amistad, pero no dejaba de ser busca pleito; en primer año fui un pésimo
estudiante, solo pensando en pajaritos en cinta, no le ponía atención a mis
estudios, me di cuenta que así no llegaría a ninguna parte, mas que estaba
enamorado de una chama de nombre Alicia Garrido, recuerdo que el Profesor
Estrada cuando se dirigía a ella la llamaba la muchachita de los ojos glaucos, ya
en segundo año, me perfile como uno de los mejores estudiantes del liceo, recuerdo
que tenía un circulo de amigos entre ellos Otto Kreubel Palavicini, ingresó a la Academia Militar
y llegó a ser General del Ejercito, Freddy Pérez Guzmán, se graduó como
Ingeniero Mecánico, perdió la vida a muy temprana edad, Juancito Taguaruco se gradúo
de Medico y su especialidad es urología, Ruy Reyes Zumeta, farmaceuta, Hugo
Álvarez, se graduó como Licenciado en Relaciones Internacionales y se desempeño
como Embajador de Venezuela en varios países, Américo Ramírez, ingresó a la Academia Militar
y fue dado de baja, desconozco cual es su profesión, y otros, que eran de años
superiores; entre ellos recuerdo a Elbano Paredes, ingresó a la Academia militar se retiró de Teniente Coronel, el catire
Martínez Cafaso, ingresó a la Academia
Militar y se retiro de General de División, egreso el año
1957.el negro Oropeza, guerrillero, una noche lo agarró la
SN. Lo torturaron que por poco no lo matan
y luego se lo llevaron a un cuarto que estaba hasta la mitad de cuadros y
carapachos de bicicletas, ahí lo bambolearon y lo dejaron caer sobre ese
chatarrero, al día siguiente lo sacaron y lo acostaron sobre unos bloques de
hielo, con la promesa de levantarlo cuando los bloques se hubiesen derretidos, el
peón Alcina, se graduó de medico y así un lote bastante grande de amigos; bien,
debido a ciertas desavenencias con mi cuñada, la esposa de mi hermano Pancho, a
mediado de año, por dignidad, tuve que interrumpir mis estudios, regrese a
Valencia donde pude inscribirme en el liceo Pedro Gual, con un sistema de
estudio completamente diferente al liceo Arístides Rojas, recuerdo a Monsieur
Guillot, de Francés, Profesor Mujica de Matemáticas, de Biología una negra grandísima
de nombre Elba Coba, excelente profesora, el Profesor Gómez de Geografía Universal,
de Educación Artística el Profesor y Artista plástico Toledo Tovar, la Profesora de Castellano
y Literatura era pequeñita y gordita y la bautizamos como la caraquita, por una
cerveza pequeñita que llevaba ese nombre, en Ingles teníamos como profesor a
uno de apellido Zerpa, bien ese cambio
fue fatal para mi, porque perdí el segundo año, a pesar de que lo aproveche
haciendo un curso de Contabilidad, terminándolo exitosamente; en vista de que
mi cuñada estaba en estado y antes del parto perdió el hijo, fue a casa de mi
mamá y habló conmigo, donde me exigía que regresara a seguir viviendo con
ellos, no lo pensé dos veces e inicié el tercer año en el año lectivo que
estaba comenzando; me dedique a estudiar y llegué a ocupar un buen lugar en el
liceo como estudiante; en tercer año, la profesora María Lila Escalona, la cual
mencioné anteriormente, me hizo la vida imposible, por el menor movimiento me
ordenaba me saliera de clase, hasta que logró su cometido, expulsándome del
liceo junto con otro lote de compañeros, que habían cometido una falta grave,
irrespetando una madrugada al Director Profesor Joaquín Estrada, donde yo no
estaba, pero se empeño en decir que yo andaba con ellos, así que interrumpí el
tercer año, mi rendimiento era excelente pero eso no sirvió para nada, ya que
ella era la Sub
Directora y era su palabra contra la mía, recuerdo que los
compañeros de clase siempre me decían, “…esa
vieja es solterona, ya tiene treinta y ocho años, y te hace la vida de
cuadrito, porque tu le gusta, échale los perros para que vea como cambia
contigo…” no lo hice porque de paso sentía mucho respeto por mis profesores
y particularmente por ella; regresé a mi casa en San Joaquín, me fui a Maracay
y conseguí cupo en Liceo Agustín Codazzi,
me fui a la casa a informarle a mi mamá de lo que había logrado, al llegar me
encontré con un colchón y una maleta llena de ropa, pregunté a mi mamá, Y su repuesta
fue, “…nadie,
mas bien se van, ¿y quien se va? Tu, te vas interno con los Salesianos en
Valencia y vas estar en el Colegio Don Bosco…”, no bastaron los ruegos para
que no me internara, pero pudo mas la decisión de madre que mi negativa, hoy
día pienso, yo pude haberme negado abiertamente a que me internaran, porque ya
era mayor de edad, pero ni de eso me di cuenta; recuerdo como si fuera ayer,
que llegamos a la sede del Colegio como a las cinco de la tarde, nos fuimos de
San Joaquín a Valencia en el carro de un muchacho del pueblo, que trabajaba
como taxista y su nombre era José Luciano Robles, todo el camino fue
molestándome, porque iba interno, y el, gozaba un mundo con sus bromas, sin
darse cuenta el estado anímico que me invadía, al llegar al Colegio, en ese
momento, se efectuaba el estudio libre, en un salón bastante amplio y estaba
dirigido por un hermano que no recuerdo su nombre, ni me interesa recordarlo, porque
tuve muchos problemas con el, lo que si recuerdo de él es que una tarde
estábamos jugando basquetbol, y el cura recibió la pelota y luego me la pasó
sin ser de su equipo pegándomela en la cara que me aturdió, me le fui encima y
el mastodonte cura, me agarro como si yo fuera una pelota de basket, y me lanzó
hacia el aro del tablero que por poco me encesta, de ahí en adelante lo evitaba
para no tener problemas con el, a decir verdad le tenía cierto temor, siempre andaba rodeado de jala bolas, de mis amigos
en ese colegio dos o tres máximo; recuerdo claramente mis profesores en el
colegio, el de Biología y Química era un sacerdote de apellido Hernández, en
Castellano y literatura un padre chiquito y cascarrabias conocido como el Padre
García, en Física y Matemáticas un cura grandísimo, de nacionalidad rusa de
apellido Goga, un profesor del Liceo Pedro Gual que también impartía la
asignatura de Física, le decíamos el Negro Muñoz, Historia Universal el
profesor Betancourt y el Profesor Puche, e Ingles un profesor pequeñito que le
decíamos Pinkel, su nombre no lo recuerdo, bien terminé de cursar mi tercer
año, con excelentes calificaciones, ya contaba con diez y nueve años; si voy a
confesar lo siguiente, que el peor castigo que a un adolescente se le puede
hacer, es internarlo en un antro de esa naturaleza, donde el que mas tiene, es
el preferido, de igual forma es un sitio donde la rutina es la orden del día, a
las seis de la mañana tocaban una campana para que todos se levantaran, cinco
minutos para bañarse, si se pasaba el tiempo de los cinco minutos, le cortaban
el agua y había que salir como estuviera, luego a rezar a la capilla, el
desayuno, a las aulas, al mediodía almuerzo y deporte o receso, a las dos a las
aulas y a las cinco estudio libre, luego a la capilla, comedor y a la cama como
a las ocho de la noche, esa era la vida en ese colegio, y yo no estaba
acostumbrado a esas privaciones, yo era libre como el viento, lo cual me
originó muchos inconvenientes y peleas con los curas; cuando me asignaron la
mesa donde iba a compartir con otros internos, había uno de apellido Lugo Peña,
quien era la persona encargada de dirigir la mesa, y dar el permiso cuando se podía
iniciar la comida, era llamado Decurión, resulta ser que un día de la semana, en
el desayuno, cuando llegamos a la mesa y nos sentamos, después de la oración,
corte un pedazo de pan y empecé a comérmelo y en ese momento hablaba con Tulio
Capriles, quien era de Maracay y con una familia pudiente y adinerada, no así
mi persona que mi papá era solamente un humilde telegrafista, así que el
mencionado decurión, llamo a un tal hermano González, con fama de cascarrabias,
quien era el supervisor en el comedor,
para pasarle la novedad de lo que yo había hecho, pero no dijo nada de
Tulio, porque el le daba en el desayuno mayonesa y de todo cuanto la familia le
llevaba, por supuesto que éste hermano , me ordenó levantarme de la mesa y
mandarme a parar debajo de la campana sin tomar el desayuno, me dio tanta
arrechera, que el plato de avena que me habían servido, al levantarme de la
mesa, lo agarré y se lo vertí completo de cabeza a pies, al mencionado
Decurión, de ahí en adelante, estuve bajo la campana como treinta días, pero lo
hacía con gusto, el celebre Decurión, jala bolas, mas nunca pasó novedades de
mi comportamiento en la mesa, en la actualidad es médico, pero debe ser maloso
porque en bachillerato, se caracterizaba por ser un estudiante de bajo nivel,
aprobaba por jala bola y copión, que Dios me cuide de caer en sus manos de
medico; de ahí en adelante, me críe fama de falta de respeto y alzado, vivía
castigado bajo la torturante campana que anunciaba las actividades del colegio;
pero todos me respetaban; como mencioné anteriormente, habiendo culminado con
excelentes calificaciones en el tercer año, me inscribí en la Escuela de Aviación
Militar y después de aprobar todos los exámenes de admisión, quedé aceptado; la
disciplina militar es mas rígida y fuerte que en esos colegios, pero tiene sus
grandes satisfacciones, al menos, existen los viernes sociales, donde asisten
un lote de muchachas y se puede bailar y conquistar alguna, de igual forma ser
portador del uniforme blanco o azul, como indicativo de ser Cadete de la Fuerza
Aérea Venezolana en nuestras salidas sabatinas y dominicales, misa, solo los
domingos en la mañana, y rezaba el que lo deseaba, duré cuatro años de
formación militar, y el cinco de julio de 1959 estaba graduándome como Sub Teniente
de la Aviación
Militar Venezolana, después de treinta años de servicios como
oficial activo, pasé por mandato legal, a retiro, con el Grado de Coronel, el
cinco de julio de 1989; confieso que en el momento del retiro, sentí que algo
había perdido, tuve una sensación de tristeza, algo indescriptible, pero todo
pasa porque tiene que pasar y no solamente a mi persona, si no a todos los que
hemos portado un uniforme con honor y hemos cumplido importantes misiones a la
patria; todo lo narrado, es una micro semblanza de mi vida de infante y luego
adolescente…Solo me queda decir…”gracias a la vida que me ha dado tanto, me
ha dado la risa, y me ha dado el llanto” …AVIADORES UNIDOS, LA FORTUNA AYUDA A LOS AUDACES
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