sábado, 17 de agosto de 2013

Un vuelo virtual...

Aviadores unidos juremos, en las notas del himno sonoro, que luchando hasta el fin moriremos, en resguardo del patio decoro…esas eran las primeras estrofas del himno de la Escuela de Aviación Militar, el cual, junto al fusil, el casco de acero y el uniforme de campaña, eran nuestros inseparables compañeros, el canto institucional nos acompañaba a todas partes, en formación, en marchas y en otras actividades durante el desarrollo de cualquier tarea militar, su letra y su contenido llenaba y fortalecía nuestra vocación militar, nos insuflaba y acrecentaba el  espíritu de cuerpo, cuando no lo cantábamos a viva voz, lo vocalizábamos mentalmente o lo tarareábamos, pero siempre estaba con nosotros y nunca nos abandonaba, aun de paseo en las principales calles de la otrora Ciudad Jardín de Maracay; y es precisamente nuestra base de partida. Efectuando un aterrizaje en la ciudad Jardín de Maracay, procedente de diferentes sitios de la geografía nacional, que nos acogió como sus hijos, es motivo de satisfacción hacer un breve recorrido por sus sitios emblemáticos, que eran lugares obligatorio para los cadetes de la época y que dejaron en nuestras mentes material suficiente para guardarlos en el baúl de los recuerdos, me preparo para a iniciar un vuelo virtual y efectuar el despegue desde la Escuela de Aviación Militar, hacia un rumbo desconocido, con 2200 rpm, full potencia ya estamos en el aire, porque en el camino se orienta la nariz del avión, que nos llevará donde decidiéramos dirigirnos, la Avenida Bolívar, sorteando los cúmulos nimbos y las tormentas eléctricas que se generaban, cuando pasábamos a gran altura por el frente del Cuartel Bolívar, siempre buscando el sitio donde estaba el enemigo acechándonos y que por no cumplir con la cortesía militar del saludo, la misión nuestra, se podía ver abortada, teníamos que regresar de donde despegamos. Una vez vencido ese primer escollo o mal tiempo, otro nubarrón con igual mal tiempo, se avecinaba con la misma peligrosidad del primero, El Cuartel Sucre, casa de los paracaidistas, al vencerlo, nos íbamos a encontrar con otro escollo, menos peligroso, pero obstáculos al fin, nada mas ni nada menos que la sede del Comando de la Guarnición en la misma Avenida Bolívar, y el Cuartel de la Policía Militar, los Patas Blanca, al frente de la Plaza Girardot, pequeños cirros y cúmulos, pero no dejaban de representar cierto peligro a nuestro vuelo virtual, una vez vencidos éstos obstáculos, nos encontrábamos con una bandada de pájaros que invadían las inmediaciones de la plaza con sus añejas cámara fotográficas, a fin de dejar un recuerdo grabado en una fotografía blanco y negro, el panorama se aclaraba con un cielo claro e infinito, empezábamos a descender con la nariz de nuestro avión, apuntando a la laguna seca con sede en la Calle Miranda, una vez en tierra y para saciar nuestra sed, una cuba libre bien fría, ¿y por que no? Una chicha del Sr. Pacheco; mientras algunos estábamos disfrutando de estas sabrosas bebidas, otros estaban ingeniándoselas con el Señor Antonio Venero, para irse a Caracas volaos y ajustando los precios de los pasajes, otros, con los Señores Julio Méndez, Belisario y Luís Rojas, en la línea de camionetas de pasajeros, Primero de Mayo diagonal a la plaza Girardot al lado del Bar El Tuqueque, para irse a valencia,  penetrar y tratar de salir airosos en los cúmulos nimbos que en su vuelo, conseguirían en Tapatapa, y San Jacinto, con las guardias en las alcabalas y los permanentes y obstinados policías militares en dichas zonas; unos mas osados, se orientaban hacia El Castaño, zona roja para la época, y así, era la dinámica de los Cadetes; una vez cumplida la misión en la laguna seca, despegábamos con tiempo claro hacia otro destino, en esta oportunidad rumbo a el Bar Princesa, allí aterrizábamos y se continuaba con la misión primigenia, disfrutar nuestro vuelo sabatino, posteriormente, nos esperaba una nueva base, El Biergarten, sitio de disfrute de muchos oficiales, particularmente aviadores, los cuales nos daban cobertura aérea, ante un talibán del ejercito u otra fuerza; ya caída la tarde, nos esperaba otra base como era la Heladería América ¡….zamuro comiendo alpiste…! después de sendas cuba libres, una merengada o un buen helado de chocolate, se iniciaba el vuelo por todas las urbanizaciones de Maracay, solo una para la época, Calicanto, en búsqueda de algún cumpleaños o una reunioncita familiar, llamado picoteo,  para que nos invitaran, era una fija la invitación si era sábado, y se andaba de azul, pero no así cuando el uniforme que portábamos era el blanco, razones de sobra, el azul indicaba pernocta, el blanco un aterrizaje obligado en la Escuela a las once de la noche. Ya entrada la noche, si conseguíamos alguna amiga, en nuestro vuelo, nos íbamos al cine, particularmente al Teatro Roxy, famoso en todo el centro del país, y en Maracay, una sala de cine de mucha clase, donde las mejores familias de la ciudad, asistían a ver las funciones, los jóvenes de la época asistíamos a matinée y vespertina, era nuestra única diversión, ya que no se podía salir del perímetro de la ciudad. Una vez cumplida nuestra misión, nos preparábamos a despegar rumbo a nuestra Escuela, pero antes de llegar aterrizábamos en el Bar Princesa, para el consabido sanduchito y una bebida gaseosa, algunas veces, si el bolsillo lo permitía, una merengada de chocolate o mantecado al exorbitante precio de tres reales, siendo todo lo consumido, dos bolívares cincuenta, iniciábamos de nuevo el despegue, cortábamos motor, pero antes, hacíamos un chequeo minucioso para lograr un aterrizaje exitoso y sin contratiempo, sacábamos el tren de aterrizaje, los flaps y efectuábamos un planeo de 100 MPH para un suave aterrizaje en las instalaciones de la Escuela, algunos, en muchas oportunidades se estrellaron al efectuar el aterrizaje en el instituto, debido a una excesiva ingesta de combustible alcoholizado. Así, eran nuestras salidas en aquella Escuela de Aviación Militar, los domingos en la mañana y en la tarde, se izaba y arreaba la Bandera Nacional, con un corto desfiles ante la enseña patria, por supuesto que lo integraban los cadetes  que cumplían un arresto y aquellos que se habían quedado en la Escuela por propia convicción, era un bonito y llamativo espectáculo, venían personas de las ciudades y los pueblos aledaños a ver desfilar los cadetes de la aviación, tal como lo decían, muchas jovencitas con la intención de llamar la atención y ver si lograban la amistad o noviazgo con un cadete, de esa presencia de estas damitas, salieron muchas abuelitas, que hoy día recuerdan entre suspiro y suspiro,  contándole a sus nietos, el día que ella fue a presenciar el desfile y se encontró con la flecha de Cupido, lanzada por un Cadete de la Escuela de Aviación Militar; Maracay vivía para los cadetes y los Cadetes vivían para Maracay, eran parte importante para la ciudad. Hoy día, los cadetes no gozan del aprecio ni el respeto, y menos de la admiración de los habitantes de la ciudad, igual a cuando nosotros éramos los niños mimados de la Maracay querida, cuando nuestro Instituto estaba anclado en pleno corazón de la ciudad, pero todo pasa y los recuerdos quedan, y estos son recuerdo imborrables que las arenas movedizas de la memoria añeja, no han podido tragarse, que solo desaparecerán cuando pasemos a otra dimensión…UN COMPROMISO CON LA HISTORIA, AVIADORES UNIDOS, LA FORTUNA AYUDA A LOS AUDACES…

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